Discurso con motivo del homenaje tributado al recibir el Premio Nacional de Ciencias
Fuente: Pronunciado el 3 de diciembre de 1923. Escritos y Discursos 267-273 Fuente: E&D pags 555 a 558
El homenaje que esta fiesta significa excede en tanto a mis méritos reales que creí deber excusarme en un principio pero no lo hice al fin porque una manifestación tan amistosa no puede rehusarse. Vencí mis justos escrúpulos y por eso heme aquí entre vosotros, lleno de gratitud y confusión por vuestra excesiva benevolencia.
Al verme entre mis amigos, maestros, colegas o discípulos, considero oportuno decir cuáles son, a mi juicio, las causas que pueden justificar esta demostración. El fallo del jurado prestigioso que tan generosamente me otorgó el Primer Premio Nacional de Ciencias del año 1922, representa para mí una honra que agradezco. Si bien los hombres de estudio no trabajamos para los premios posibles, ellos son un estímulo confortante, cuando vienen de quienes me vino éste. La magnífica asignación que nuestro gobierno acuerda al premio es una ayuda valiosa para los que han dedicado los mejores esfuerzos de su vida a las nobles tareas de investigación y la enseñanza. Si este premio debiera justificar su utilidad, yo sería un ejemplo del bien que puede hacer.
No hay en mi obra premiada un descubrimiento sensacional o muy importante, lo que se ha estimado en ella es la perseverancia obstinada con que pretendí, desde estudiante hasta hoy, aclarar un poco un problema fisiológico apasionante, como es el de las funciones endocrinas de la hipófisis, que estudio desde la época en que comenzó a interesar a los investigadores. En ese asunto sólo pude encontrar o pulir algunos hechos o interpretaciones y ofrecer una exposición tan completa y crítica como me fuera posible, del estado actual de los conocimientos.
Pero además del motivo ocasional de esta reciente distinción y de la amistad que tan pródigamente hallé siempre a mi alrededor, hay otras razones que explican la celebración de esta fiesta. Es la principal de ellas un sentimiento general de adhesión o de estímulo que quiere darse a un cultor argentino de has disciplinas especulativas y de la investigación experimental.
En el soberbio progreso de nuestro país, que tanto nos enorgullece, no hemos alcanzado igual grado de adelanto en las disciplinas intelectuales como en las cosas materiales. No se tropieza a menudo con la mala voluntad, pero sí demasiadas veces con el escaso conocimiento de las orientaciones modernas o con una errónea apreciación de los valores. Sin embargo, los cambios importantes que todos hemos visto y los que continúan produciéndose, presagian una transformación cada vez más rápida de esta situación ya muy mejorada. La creación de institutos de investigación, las sociedades científicas, etc., contribuyen a crear núcleos cada vez más sólidos y de acción más amplia. Pero el impulso decisivo y potente vendrá, a nuestro juicio, de la creación de becas de ampliación de estudios en el extranjero, que están destinadas a formar nuestros profesores e investigadores en las materias fundamentales o clínicas desarrollando vocaciones latentes o incipientes.
No se formará ambiente importando hombres de ciencias extranjeros, inadaptados al país, sometidos a luchas despiadadas o a los halagos del ejercicio profesional retributivo. Este método fracasó y fracasará frecuentemente. Puede dar resultado solamente si una disciplina especial los guía y los protege, asegurándoles buenos alumnos que puedan sustituirlos y obligándolos a enseñar en la forma debida o bien arraigándolos definitivamente. En líneas generales, el método aconsejable para formar buenos hombres de ciencia en nuestro país, como lo ha sido y es en todo el mundo, es el de enviarlos, ya seleccionados, a que se perfeccionen en el extranjero, aún cuando haya hombres descollantes en esa disciplina entre nosotros, para que traigan tendencias o métodos diversos e impedir así las escuelas muy unilaterales o estancadas.
Debe darse una situación respetable y de seguridad económica a nuestros hombres de ciencia, para que no los absorba la vida profesional, más considerada y retributiva. Mucho es ya lo que se ha hecho en los últimos años y lo que puede esperarse del futuro. Debe estimularse con premios a los trabajos originales, mejorar los sueldos que no deben ser inferiores a los de las más altas jerarquías de la administración, la magistratura o la carrera de armas. No debe pagarse menos a un nativo que a un extranjero. Por fin, es esencial que no falten los recursos o fondos especiales de investigación.
Un grave enemigo de la ciencia y de la verdad es el patrioterismo, que quiere hacernos creer que hemos llegado al sumum y nada más nos falta alcanzar, que lo hecho aquí es y debe aceptarse sin crítica como lo mejor del mundo, por ser del país. Tan dañina es esa posición como la opuesta, muy común entre nosotros, de los que no quieren creer que hombres de nuestro país pueden dominar, como sucede en muchos casos, los métodos o conocimientos de una ciencia y trabajar tan bien como en cualquier parte del mundo. Una posición intermedia, esencialmente crítica, es la conveniente para el país, la que nos haga correlacionar con la ciencia internacional, pues la verdad objetiva es igual en todas partes.
No cabe llamar argentino a cada medicamento o método que se le ocurra a cualquiera. Hasta hoy, esa buena bandera ha servido casi siempre para cubrir a malas mercancías. No podría acapararse el término por un individuo, y entonces llegaríamos a tener que numerar los métodos, argentino primero, segundo, décimo, etc. Fuera de que es presuntuoso creer que se honra con eso a su país, pues se verá a cada rato demostrarse falsa o errada, la teoría argentina primera o la décima, con lo que nada gana el prestigio nacional, y por fin, se introduce indebidamente un sentimiento patriótico o patriotero que altera la serenidad de las discusiones.
Es igualmente antipatriótico el rehusar méritos a todo lo que aquí se haga y creer que un hombre de ciencia sólo vale si se le trae allende el mar o el Ecuador. El verdadero patriotismo está en trabajar correctamente y someter su resultado a la discusión mundial, lo que mostrará la importancia real de nuestros estudios; está también en enseñar el método y estimular el amor a las ciencias a los que nos rodean; en no temer el sacrificar las horas y posponer sus estudios para que se formen los discípulos; en estimular la crítica, en exigir el respeto y la ayuda para los que valen; en luchar por corregir lo malo o deficiente. Lo patriótico es crear un buen ambiente científico local, serio, donde se estudien los problemas objetivos que son de todos los continentes, y con mucha atención los propios de nuestro país.
La misma desconfianza ambiente obliga a una conducta ejemplar a los que nos dedicamos a la ciencia por verdadera vocación y a quienes se nos ha hecho la honra de dar puestos directivos, no para servirnos sino para que sirvamos a nuestros semejantes y a nuestros ideales elevados.
Para que pueda llevarse a cabo el amplio plan evolutivo que necesitamos será menester un gran respeto por el orden y la jerarquía, lo que no excluye la originalidad más revolucionaria. Hay que dar el poder y los recursos a los más capaces, no a las masas manejables; debe estimularse la dedicación exclusiva a la cátedra o a la ciencia, premiar al trabajo original, intensificar la enseñanza práctica y con ella el espíritu de observación y de crítica, adiestrar a los jóvenes más selectos en los métodos. No olvidemos que el mérito de un profesor no está tanto en sus ideas y obras como en las de sus discípulos, y del mismo modo la jerarquía intelectual de una Facultad se conoce por la capacidad de sus miles de egresados para abordar y resolver los problemas que a diario se le presentan. Debemosmejorar nuestra docencia; para ello hay que desarrollar el espíritu de investigación en los candidatos a profesores, los que deberían escribir tesis originales y probar su aptitud antes de las adscripciones, conocer los idiomas, el manejo de las revistas y la bibliografía, y, sobre todo, el método de alguna ciencia fundamental.
Un serio defecto de las instituciones médicas del presente radica en una insuficiente coordinación entre clínicos e investigadores; más aun, frecuentemente se miran con prevención o desdén recíproco. Esta situación dolorosa es mundial y no local, es así de ilógica como si nuestros hemisferios cerebrales derecho e izquierdo decidieran ignorarse. En el fondo de esta divergencia hay presunción e irrespetuosidad que hace ver sólo las propias cualidades y los defectos del prójimo. Al clínico se le achaca falta de comprensión, frecuente ignorancia científica, desdén por las cosas no inmediatamente prácticas o retributivas, falta de lógica rigurosa, imprecisión en los métodos y tendencia a ser dogmático y empírico. Tales defectos nacen y se explican por el trabajo profesional absorbente y fatigoso, la necesidad de decidirse con apuro y firmeza y por un cierto escepticismo engendrado por el fracaso de muchas novelerías. Pero no debemos olvidar que debemos a los clínicos grandes y admirables capítulos de la medicina actual, como ser la técnica quirúrgica, los métodos de aplicación diaria, en que han sabido ser lógicos y científicos.
Los investigadores no han hecho seguramente toda la medicina, pero sí una buena parte de ella; se les achaca que son teóricos, que no piensan bastante en los problemas prácticos inmediatos, que no se preocupan suficientemente del hombre sano o enfermo; muchos son pedantes o unilaterales. Tales defectos existen, pero sus estudios teóricos aparentemente "no prácticos", (lo que quiere decir de aplicación no inmediata) han revolucionado la medicina, como los de Harvey, al descubrir la circulación; Hales, la presión arterial; Loewenhoek, los glóbulos rojos; Lavoisier, el metabolismo; Claude Bernard, la glucogenia hepática; Pasteur, el origen microbiano de las fermentaciones y las enfermedades. De allí han nacido la cardiología, la asepsia, la dietética, la hematología, la farmacología, la higiene, etc.
Con absoluta razón se ha dicho que el que contrapone el laboratorio y la clínica no ha entendido ni una palabra de ambos. El porvenir está en la cooperación. Los más eminentes clínicos modernos conocen la anatomía, fisiología, anatomía patológica de su especialidad y no es posible que un clínico descuelle como investigador si no domina teórica y prácticamente una de las ciencias médicas fundamentales. El clínico puede también sugerir al experimentador innumerables temas de estudio y es bueno que ambos conozcan recíprocamente sus problemas.
Por mucho de lo que llevo dicho podría deducirse una conclusión pesimista que está lejos de mi ánimo. Son tantos y tan manifiestos los progresos realizados, ha crecido tanto el respeto y el interés por las disciplinas científicas y sus cultores, que puede asegurarse, sin temor, que estamos abocados a grandes y rápidos progresos. Debemos preverlos y estimularlos, y no creo que sea lejano el día en que nuestra gran urbe sea un centro científico mundial descollante que atraiga a los que quieran formarse o perfeccionarse. Esta es la gran obra que todos debemos aspirar a ver realizada.
Para ello el programa es simple, consiste en cultivar las materias fundamentales, instalar las clínicas para la investigación, organizarlas debidamente, desarrollar el espíritu de cooperación entre científicos y prácticos, procurar siempre la aplicación inmediata de los nuevos descubrimientos científicos serios.
Señores: os ruego que disculpéis esta larga y muy incompleta exposición de nuestra situación presente y de nuestros grandes problemas de angustiosa urgencia. Sé que seréis indulgentes, porque sabéis cuánto me interesan y preocupan como a vosotros.
Muchas gracias por vuestra demostración, que no olvidaré jamás. Brindo por la felicidad personal de todos vosotros, por el progreso de la ciencia, fuente de deleite intelectual y del bienestar del hombre, por el engrandecimiento de nuestras escuelas médicas y por la gloria de nuestro país.
FUENTE:
http://www.houssay.org.ar/hh/index.htm