Hace unos meses decidí, luego de escribir sobre el informe PISA, quitar de mi blog mis textos sobre educación. En pocos días mi artículo se había desparramado, había levantado voces airadas, simpatías, antipatías… el sentido de haberlo escrito se había difuminado y sanseacabó, “eliminar”, listo. Decidí no volver a publicar textos polémicos que no fueran literarios. Pero hoy, la verdad, estoy en el borde. En el borde de la indignación gigantesca, esa que dura como todo el año. Así que acá va lo que pienso de la catarata de desprecio hacia los docentes que anda circulando por las redes sociales y los programas de televisión:
1. Los docentes no trabajamos cuatro horitas de morondanga. No se puede generalizar sobre eso: hay maestras de grado y de jardín, hay profesores de materias especiales, hay profesores de secundaria. La carga horaria en general que uno cumple depende del trabajo al que logra acceder (por ejemplo, una profesora jovencita tendrá un bajo puntaje y quizás en este momento del año haya sido desplazada de los cursos que con penuria logró tomar a lo largo del año pasado en los actos públicos y tiene que comenzar nuevamente a asistir a los actos acompañada de su suerte para buscar nuevos trabajos). Conozco profesores que tienen 20 horas semanales titulares y complementan su sueldo con horas provisionales (no se puede poseer más de 20 módulos titulares) trabajando mañana, tarde y noche, viajando de escuela en escuela. Ayer me cansé de hacer zapping y escuchar que los profesores trabajan “unas dos horitas a la semana”… Los profesores viajan de escuela en escuela, entre mañana, tarde y noche, de curso en curso de “dos horitas”, tomando colectivos, remises, taxis o en su propio auto, envueltos en el trajín de juntar un sueldo que les permita vivir. ¿Eso repercute en la educación que imparten a sus alumnos? Obviamente, pero es tema de otro texto y no de éste. ¿Hay docentes que trabajan cuatro horas o dos horas nada más? Sí, obviamente, hay docentes que tienen trabajos diferentes al de la docencia, hay docentes que tienen maridos o esposas adinerados, hay docentes que pertenecen a la clase alta, hay docentes que se ganaron el loto. Pero esos son los menos, se imaginarán.
2. Los docentes no estamos perpetuamente de licencia. Es increíble que la gente diga eso. Y no solo eso. Dicen que hay por cada cargo cuatro o cinco personas cobrando sueldo sin trabajar. Es una barbaridad decir eso. Hoy leí un cartelito compartido en Facebook en donde alguien acusaba a los docentes de sacar licencia por “enfermedad de mascota”. ¿De qué están hablando? Otra vez: conozco profesores que no faltan ni una vez al año, profesores que a veces se enferman y deben faltar, profesores grisáceos que abusan de las licencias porque tienen algún médico inescrupuloso amigo y consiguen fácilmente certificados médicos para presentar ante Reconocimientos Médicos, donde el médico que recibe y controla el certificado que presenta también es su amigo… son muy pocos los últimos casos, como se imaginarán. Si uno toma una suplencia, probablemente tarde mucho en cobrarla. Conozco profesores que trabajaron todo un año sin cobrar. Conozco profesores que no cobraron.
Las escuelas son lugares en donde no se puede entrar alegremente con una enfermedad contagiosa. Y la docencia es un trabajo muy complejo que no se puede llevar adelante con una enfermedad. Pero los docentes no viven enfermos… son personas que a veces se enferman, como todas. Tienen que ir al médico y luego, con el certificado, a ver a otro médico que le dará los días que considere necesarios para el reposo o recuperación. Y luego llevar el papelito que le den escuela por escuela, dentro de las 48 horas de emitido. Lo de las mascotas es una pena que no cuente, lo bien que me vendría que existiera esa licencia.
3. Los docentes no hacen nada, son unos vagos. Ahí está en mi opinión uno de los problemas que ocasionan la crisis de la educación actual. En nuestro país, la gente opina que los docentes deben ser pobres y trabajar gratis porque su tarea no sirve para nada. Ayer escuchaba a una diputada hablar en un programa de televisión. Dijo que ganaba 25.000 pesos. Las docentes que estaban sentadas adelante de sus ojos habían declarado que ganaban cerca de 5.000. Dijo que en este país, cada persona ganaba de acuerdo a sus capacidades, a su talento, que todos tenían la posibilidad de trabajar y ganar diferentes sueldos. Hablaba tan rápido que pasaban desapercibidas sus palabras, al parecer. A mí no me pareció en absoluto algo inocente: ¿cómo puede alguien no entender que la gran mayoría de los docentes somos personas que elegimos esa profesión a pesar del sueldo que sabemos que en este país vamos a ganar? Esta buena señora gana 25.000 pesos… ¿tiene capacidades superiores a las de los médicos de los hospitales públicos, a las de los bomberos, a las capacidades de los miembros de la Cruz Roja, a las de los de Defensa Civil, a las de los policías? ¿A las de los profesores en Letras, a las de los de Historia, de Biología, de Filosofía, a las capacidades de los contadores, abogados, ingenieros, etcétera, etcétera, etcétera, que circulamos por las aulas de las escuelas públicas dando clase? ¿Tiene “más talento”? ¿Merece vivir con más dinero porque eligió una profesión “mejor” ?
4. Los docentes no tenemos tres meses de vacaciones. Es indignante que me digan eso. Yo terminé de trabajar en navidad, prácticamente, agotada hasta la exasperación. Y el 17 de febrero ya estaba tomando exámenes. Y tuve 15 días de receso en invierno. Y punto.
5. Los docentes no están capacitados. Bueno, trabajo de profesora porque tengo un título que me habilita para eso, entre otras incumbencias. Todos los docentes tienen uno, terciario o universitario. Nos anotamos en un listado, cumplimentamos requisitos, tomamos los cargos que tenemos en actos públicos. No pasábamos por ahí, por la puerta de la escuela, alguien nos chifló de adentro y nos quedamos. No andábamos por ahí sin haber ido nunca a la escuela, sin saber absolutamente nada de nada y, como no servíamos para nada, nos ofrecieron estar al frente de clases y escribir miles de papeles y aguantarnos los toscazos.
He repetido en muchos lugares que las personas que no trabajan en las escuelas públicas no tienen la menor idea de lo que sucede ahí. Tengo dos títulos docentes, podría elegir cualquier lugar para trabajar. Tengo un título universitario de la UNLP. Amo la docencia, defiendo la educación pública, mis hijos se están educando de esa manera. Elijo mi profesión y sé que voy a cobrar poco, pero no pretendan que me voy a contentar con eso y no voy a protestar. Si los profesores ganáramos un sueldo digno, podríamos tener menos alumnos y dejar de viajar como locos enceguecidos de escuela en escuela. Y la educación que recibirían los chicos sería de mejor calidad. Podríamos planificar más ambiciosamente. Y así seguiría la lista de los “podríamos”. Yo doy clase en edificios destartalados, en aulas que no son aulas sino pedazos de durlock roto y ensamblado, con palomas mirándome desde techos agujereados o, directamente, desde un tinglado porque no hay techo. En invierno, con los guantes puestos y la bufanda, cuento cuentos y sale el vaporcito de mi boca y los chicos me miran ateridos y trabajo igual. En verano, transpirando agobiada, a veces abajo de un árbol porque los pobres alumnos no dan más del calor. Y trabajo igual. Llevo mis tizas y mi borrador porque a veces no hay. Llevo el caloventor de mi casa. Me llevo a mí misma y trabajo con esos centenares de adolescentes, los escucho, converso con ellos, me intereso en lo que les pasa, intento levantar puentes en esa desolación que tienen y hablo de las posibilidades de ingresar en la universidad pública, de la necesidad de estudiar y de ser buena persona para poder ser… poder ser…
Jamás le diría a un alumno que va a ganar dinero según la profesión que elija. Les digo que piensen qué trabajo les gustaría hacer, qué se imaginan haciendo “cuando sean grandes”… Algunos contestan que se imaginan haciendo delivery de pizzas… con su propia moto. Otros me dicen que se imaginan curando perritos… veterinario. Otros me dicen que se imaginan “técnicos radiólogos”, o “mecánicos dentales”… y yo sospecho que hay algún pariente asesor por ahí. Otros se imaginan enseñando, como yo. ¿Y saben qué? Cuando una alumna o alumno me dice que cuando sea grande quiere ser docente… ese alumno me lo está diciendo entre paredes descascaradas, ante un calefactor que no funciona o un ventilador de techo sin aspas, frente a una ventana que no tiene vidrios y me lo dice igual. Qué diría la diputada. Supongo que le contestaría algo como “bueno, querido, siempre podés cuando te recibas dar clase en una privada con alumnos como la gente”… rapidito se lo diría, casi sin respirar.
No voy a entrar en el tema de lo difícil que es dar clase en estas épocas. En las problemáticas de los niños y adolescentes actuales. En el desborde emocional y físico al que llegamos los que trabajamos en las escuelas tratando de enseñar y contener a la vez. En las agresiones permanentes. ¿Cómo una se va a asombrar ante un padre que viene a insultarnos, ante un alumno que nos putea de arriba a abajo, si la opinión colectiva en este momento está confirmando todas las acusaciones enumeradas arriba? ¿Cómo revertiremos esto?
El día que los docentes ganan un sueldo digno, el día que los docentes ocupen un lugar respetado, el día que los docentes dejen de ser los acusados de ignorantes, de vagos, de corruptos, de lacras, de perdedores…. el día que los docentes podamos entrar en el aula y ésta sea un lugar digno y los alumnos nos observen con respeto cordial, saquen sus carpetas y lapiceras y tengan ganas y actitud positiva ante la clase… ese día… los alumnos aprobarán las pruebas PISA y comprenderán lo que lean. Yo no sé si ese día seré más o menos feliz que ahora adentro de las escuelas, lo que sí sé es que seguramente podré trabajar mejor y al finalizar el año no sentiré la enorme frustración de haber trabajado en vano para la gran mayoría ante el éxito solitario de unos pocos.